Allí
estaba, tirado en aquel sillón aterciopelado lleno de mugre, con la
mirada perdida, que denotaba en él la poca cordura que le quedaba.
Medio muerto, medio vivo, pero con ganas de comprender qué era lo
que le había llevado a aquello.
Afuera
llovía a raudales, los relámpagos cruzaban las avenidas en décimas
de segundo. Como era lógico no había ni un alma en la calle pero a
él no le importaba, su vida siempre había sido soledad por
excelencia.
Su olor
era una clara mezcla de alcohol y lágrimas derramadas por la
barbarie cometida, un olor que impregnaba toda la habitación de un
clima que envolvía al visitante en un contexto avocado al fracaso.
Sin más,
sacó del bolsillo interior de su gabardina un paquete de tabaco, y
de éste un pitillo mojado que pronto sería el culpable de la nube
de humo que le cubriría el rostro y aún más los pensamientos si
es que le quedaban.
Había
pasado casi media hora desde que entró en aquella triste casa, en
cuyo salón ahora yacía una mujer de melena rubia sobré un charco
de tinta roja que fluía lentamente de su cuerpo. La pistola del
calibre 75 con tres balas más, permanecía indiferente en la palma
de su mano izquierda; intacta, intentando pasar desapercibida.
No
comprendía qué hacía sentado en el sillón, pues la policía no
tardaría en llegar. La vecina que había entrado al oír los
disparos fue la mano presta que asió el teléfono para socorrer a la
desdichada Ángela, dueña de dos corazones que no latían; el suyo
por culpa de la bala que rezumaba de su frente y el de aquel joven
moreno cuyos ojos parecían no tener cabida en las cuencas.
Ocho
años son muchos años, ocho años llenos de risas y sensaciones
vividas juntos, ocho años compartidos, el uno para el otro y el otro
para el uno. Pero lo cierto es que Ángela estaba cansada de la
rutina de engaños y de las continuas crispaciones que no hacían
otra cosa que avivar la mecha de una bomba que no tardaría en
explotar.
Y
ocurrió. Sus palabras tan sólo fueron saboreadas por Raúl en una
nota que encontró en su mesita. “Me voy, no me busques, es mejor
así. Te amé, pero ya no puedo más”.
Fue Raúl
el que decidió que no sólo Ángela ocuparía su tiempo, sino una
infinitud de mujeres, una extensa lista de ocasiones en las que Raúl
se refugió en otros brazos, y las que Ángela perdonaría una y
otra vez. Dicen que el amor es ciego, y lo cierto es que la chica
tenía una venda cosida a los párpados que le impedía ver más allá
de lo mundano, lo que nosotros llamamos verdad.
Tan sólo
el nazareno se da cuenta del progresivo deterioro de la vela cuando
ésta se consume más rápido que la pasión mal entendida, de la
misma manera que sólo el pez se percata de la bajada de la marea.
Raúl
confió en que su vida sería así, no la concebía de otra manera y
la verdad es que se equivocaba.
Allí
estaba dilucidando entre sus actos y las consecuencias de los mismos.
Postrado en un sofá delante de la mujer que tanto había amado y que
ahora ansiaba por besar y pedir perdón por sus errores. Nadie se da
cuenta de lo que tiene hasta que lo pierde, y Raúl perdió lo poco
que tenía.
Se
levantó cual marioneta controlada por un epiléptico y a tientas
consiguió mantener erguido su cuerpo. Era demasiado el peso que su
conciencia había depositado tras su espalda. Su respiración agitada
recordaba al peor de los asmáticos.
De
repente fue claro el ruido de la sirena policial que hizo que el
corazón del chico se alarmara al punto de querer salirse de su
pecho. Sin más dilación miró por última vez a la mujer por la que
hubiera jurado dar la vida y cuyo palpitar hacía media hora escasa,
había ahogado.
Saltó
por la ventana que daba al patio de atrás de la casa de la joven; el
cúmulo de recuerdos en aquellos jardines le asaltaban más rápido
aun que lo que corría hacía la puerta trasera.
Cerrada.
Sin salida. Pero como si los ángeles le auparan consiguió pasar el
muro que daba pie a la calle y terminaba con las hordas de
sensaciones pasadas en aquel patio que ahora lucía en penumbra.
Corría
por la calle despavorido, no sabía dónde ir, lo único que sabía
era que como humano se acabaría cansando. De modo que al ver el ford
fiesta parado en el semáforo no lo dudó. Con la pistola sucia por
el crimen apuntó al pobre anciano que sin lugar a dudas le dejó el
coche.
Montado
en aquella chatarra veía pasar momentos de su vida ahora hechos
añicos por la estúpida decisión de acabar con todo por la manera
más fácil. No tenía suficiente con ahogar su llanto en la copa de
tequila, tuvo que llevar a cabo la idea más macabra que le rondaba
su vacía cabeza; acabar con la vida de aquella preciosidad a la que
él siempre había hecho daño pero a la cual no concebía fuera de
su vida.
Como no
ocurriría de otra manera, la sirena de la policía asomó por su
retrovisor en pos de detenerlo a toda costa. Las casas de la ciudad
que le había visto crecer se regodeaban entre ellas en menos de las
décimas que Raúl tardaba en dejarlas atrás con el coche.
La
pistola reposaba dormida en el asiento del copiloto, como si fuera
sumisa de un sueño profundo que la haría permanecer quieta por
siempre allí.
Más de
quince minutos duró la endiablada persecución, el tiempo que
precisó el joven para acabar acorralado en un callejón. Rodeado de
más de 3 coches de policía, de los que no paraban de bajar agentes
con más miedo que el propio aterrado.
-¡Salga
del coche!-gritó uno de los agentes. Apartándose los pelos de la
cara y sujetando firmemente la pistola ahora en su mano derecha, Raúl
salió.
-¡Baje
el arma o dispararemos! – profirió de nuevo el agente denotando un
aire aun más asustadizo.
Raúl no
bajó el arma. Pensó en la vida de aquellos hombres. Seguramente
tenían familia, algo que él añoraba desde hacía casi una hora ya.
-Bastante
daño he hecho ya-dijo con voz entrecortada- no viviré como un
monstruo. Y tras medio segundo alzó su mano diestra y apuntándose a
la sien………
-¡Raúl,
Raúl,!!!!¡ despierta!, aprisa que llegas tarde al instituto-
-Dios,
papá. Ni te imaginas lo que he soñado.¡ Ha sido como una vida
entera! Estaba en un….
¡-Pero
venga!¡ que al final vas a llegar tarde! En la comida me cuentas.
A Raúl
con 17 años aun le quedaban momentos tensos por vivir, pero no
ahora.